En Betania. Jesús llega a casa de Lázaro, el resucitado, y María le recibe enjugando sus pies con los perfumes más caros, con olor a nardos.
Se lo reprochan ¿por qué no te gastas ese dinero del perfume en los pobres?
Jesús les reprende. Déjala, que me queda poco. No voy estar aquí siempre. Y los pobres sí.
Qué mal entendido a tenido esto la Iglesia. Sigue adorando y poniendo los perfumes más caros – llámase corona de oros de ocho millones de euros – a las figuras que representan a Jesús, a la Virgen María.
No, no es así. Esas figuras no son ni Jesús ni la Virgen. Son figuras. Son representaciones. El verdadero Jesús, ahora sí, después de su resurrección, está en los pobres. A ellos nos debemos con nuestros perfumes.
Por desgracia, en la Semana Santa Andaluza no todo el mundo lo ve así.
Se lo reprochan ¿por qué no te gastas ese dinero del perfume en los pobres?
Jesús les reprende. Déjala, que me queda poco. No voy estar aquí siempre. Y los pobres sí.
Qué mal entendido a tenido esto la Iglesia. Sigue adorando y poniendo los perfumes más caros – llámase corona de oros de ocho millones de euros – a las figuras que representan a Jesús, a la Virgen María.
No, no es así. Esas figuras no son ni Jesús ni la Virgen. Son figuras. Son representaciones. El verdadero Jesús, ahora sí, después de su resurrección, está en los pobres. A ellos nos debemos con nuestros perfumes.
Por desgracia, en la Semana Santa Andaluza no todo el mundo lo ve así.
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